Querida Colometa,
el tiempo aquí es tan frío, tanto como la gente que habita esta ciudad tan suya, tan típica de la zona, tan inmensa, tan incierta para mí. El primer día fue el más duro. La noche junto a mi familia se me hizo eterna, quería estar ya subida en el avión. Pero a la vez, a la vez no deseaba del todo irme lejos de todos a los que dejaba en el país que me vio nacer. Desde ahí arriba, cerca de la Luna, siempre pienso mucho, como si viera mi vida con una perspectiva de narrador omnisciente. Pensé en los últimos meses, en las adversidades que he atravesado y que quizá nunca te conté; en las personas que he conocido y en las que he desconocido. Desde ahí arriba, repito, todo se ve distinto. Estas sin estar en el mundo, lo único que te hace seguir en tierra es tu mente, porque uno no es consciente de la altura a la que se encuentra. En ningún momento he tenido miedo, pero sí angustia. Esa sensación en el pecho de alejarte de las personas que amas y de aquellas que te han hecho sentir algo especial aunque breve. Supongo que dicha brevedad los hace más especiales.
Cuando llegué a la residencia de estudiantes que me acoge, lo primero que hice fui a mirar fue el buzón. Estaba impaciente por ver qué me habías enviado. Ahí entendí que la distancia no es nada, que por muy lejos que me vaya vas a seguir volando por aquí, por esta cabeza mía, tan desmadrada. Encontrarme sola, en un país tan gris pero con ese trozo de ti, fue el abrazo más cálido de bienvenida que he recibo jamás y qué más necesitaba. No te imaginas cuánto bien me has hecho y no lo digo solo por eso. También pensé en que ni hacía 24 horas estábamos juntas, qué cosas tiene la vida, ¿verdad? Te siento distinta al resto. Me has hecho sentir algo muy diferente, aún no lo sé explicar, y como te he dicho más de una vez: ojalá no lo sepa nunca.
-La miel en los labios.-
Al llegar a mi habitación me asomé a la ventana y me pregunté "¿qué hago tan lejos y sola?"
Supongo que el cansancio acumulado y la abundancia de estímulos me causó tal angustiosa sensación. Recuerdo posar sobre mi pecho, tras leerlo, el poema de Victor Hugo y cerrar los ojos. Te sentí.
Me diste fuerzas.
Desde entonces todo ha ido a mejor, he conocido a personas con buenas energías e intuyo, sí intuyo, que con ellas sí que descubriré y aprenderá muchas cosas para guardar con mimo en la maleta que me acompaña durante este viaje hacia Ítaca.
Como desearía enseñarte esta ciudad, reírnos de todo, bailar bajo la lluvia, reconocernos y volvernos a desconocer, deshacer maletas, desordenar el mundo y a nosotras mismas también.
Vola, vola Colometa.
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