Y entra en mí,
me invade cuan las llamas de un bosque,
arrasa descontrolado
desenfrenado,
Mutilando cada resquicio de vacío
Y le dejo porque sé que es él.
Y resulta que ya nos conocíamos de antes:
éramos viejos amigos.
Qué triste cuando entra ahí dentro.
Como cuando un parque se queda vacío sin
niños,
como el barco que está hundido en mitad de la
nada,
como cuando tu idea se queda sin argumentos.
Qué triste.
Qué triste desprenderse del tiempo dedicado al
leve espacio que nos regala para escribir una postal.
Qué triste para el cartero recoger algo que no
es para él.
Qué triste es que las postales viajen mudas
teniendo tanto que contar, tantos recuerdos que dar, que acerquen a personas
con un poquito de tinta y árbol.
Qué triste es si no llegan a su destinatario.
Pero qué bonito cuando lo hacen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario