El reloj está a punto de atravesar la una de la madrugada. Me encuentro sola, nostálgica, reflexiva, feliz.
El pensamiento me hace viajar entre momentos que estos últimos meses la vida me ha regalado, qué dichosa me siento, lo prometo.
Poder vivir para contarlo, poder contarlo para re(vivirlo). Me gustaría no olvidar jamás cada uno de los detalles, poder grabarlos o escribirlos. Pero sé que haciendo eso perderían su esencia, su valor, porque al final lo pequeño, intangible, inabarcable y fugaz es de las mejores cosas que tiene esta vida. Lo único de cada momento, de cada persona, de cada sentimiento. Porque sí, cada vez sentimos algo distinto, ninguna emoción aunque sea en una situación parecida vuelve a ser la misma aún con las mismas personas y en los mismos lugares. Y me encanta y es otro de los motivos por los que amo esta extraña dimensión, esta singular vida. Y no puedo dormir pensando en esto, recordando momentos y agradeciendo tener cada uno de mis cinco sentidos para poder evocarlo y proyectarlo e iluminar la oscuridad de mi habitación al igual que han hecho con mi vida. Siento la brutal energía que desprenden los que amo, quienes me dan momentos buenos y malos. Siento la energía del aquí y ahora porque nada más existe que este presente. Siento, siento, y me abro en canal para seguir recibiendo esta fuerza tan grande e inmensa como es el amor. Abro mis manos, extiendo mis brazos, empiezo a volar y son estas palabras las que me impulsan y me guían hasta perderme más allá.
Ya lo dijo una vez Benjamín Prado, si antes escribía para vivir, ahora quiero vivir para contarlo.
Patricia, cuando vuelvas a leer esto en el futuro, recuerda que te adoro, que amo tus maneras. Ojalá no cambies en esencia aunque sí en forma. Sigue luchando, sigue amando. Sigue aquí conmigo, contigo, con todos.
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