jueves, 24 de agosto de 2017

Me esfuerzo, me esfuerzo en comprenderte.
Y es un esfuerzo que me gusta realizar.
De hecho, siendo de este modo, no lo calificaría como tal.
Es más bien un aprendizaje. Estoy aprendiendo de tí, contigo.
Es el mejor regalo que alguien puede darme, que tú puedes darle.
Que ambas podemos darnos. A nosotras mismas y al mundo.

Que nuestras discrepancias nos acercan,
quizá también discrepes en esto. Ojalá sea así.
Así te tendré unos minutos más de mi vida,
para intentar mostrártelo (no convencerte)
porque intercambiar nuestras opiniones hace
que permanezcas más tiempo en mi tiempo.

Que sé, bueno, intuyo que mis incoherencias
y caprichosas contradicciones
te sacan de quicio, a veces.
Que no me entiendes
y, que quizá desearías no haber conocido a alguien como yo.
Y lo entiendo.

Que lo que te digo,
se parece más al vacío
que al lleno que pretendo compartir.
Que una persona que apenas conoces
no puede transmitirte lo que me transmites,
o eso pensaba yo, hasta el mes pasado.


Que aún, aún no sé quién eres,
y ojalá no lo desvele.
Que nunca sé qué
va a pasar por esa cabeza
cuando hablo, actúo, no actúo
o simplemente respiro.
Demasiada incertidumbre la que nos asedia.


Que sé que nuestro pasado es tan distinto
como el filtro que usamos para ver e interpretar
lo que nos rodea.
Pero también sé,
al igual que tú,
que si no fuera así,
yo no estaría escribiendo esto.


Si nuestros compases fuesen al mismo ritmo,
esto sonaría como una melodía más.




                      Viento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario